martes, 26 de septiembre de 2017

Cuento gigante- Elsa Bornermann
(Basado en el poema “El gigante de ojos azules” de Nazim Hikmet)
Existió una vez un hombre con el corazón tan grande, tan desmesuradamente grande, que su cuerpo debió crecer muchísimo para contenerlo. Así fue como se trasformó en un gigante. Este gigante se llamaba Bruno y vivía junto al mar. La playa era el patio de su casa; y el mar, su bañadera. Cada vez que las olas lo encerraban en su abrazo desflecado de agua salada, Bruno era feliz.
Por un instante dejaba de ver playa y cielo: su cuerpo era un enorme pez con malla dejándose arrastrar hacia la orilla.
La estación del año que más quería Bruno era el verano. En ella, su patio playero (solo y callado durante el resto del año) volvía a ser visitado por los turistas y a llenarse de kioscos. Entonces, también Bruno se sentía menos solo.
El primer día de un verano cualquiera, Bruno conoció a Leila.
El gigante acababa de salir del mar y caminaba distraído. Sus enormes huellas quedaban dibujadas en la arena. De tanto en tanto, Bruno volvía su rizada cabeza para verlas.
De pronto, otros pies, unos pies pequeñísimos, empezaron a pisarlas una por una…
Eran los pies de Leila, una mujercita, apenas más grande que sus propias huellas.
Bruno se detuvo asombrado:
-¿No me tienes miedo?– le preguntó, doblando la cintura.
Leila (larga trenza castaña rematada en un moño) simuló no escucharlo.
Bruno se le acercó un poquito:
-¿Eres sorda acaso? Te he preguntado si no tienes miedo…- y el aliento del gigante hizo agitar las cortaderas de las dunas.
La mujercita se rió:
-No, ¿por qué habría de temerte? Eres tan hermoso… La belleza no puedo hacer daño…
Bruno se estremeció:
-¿Hermoso yo?
-Sí, eres hermoso. Me encanta el metro de azul que tienes en cada ojo…
El segundo día de aquel verano, Bruno se enamoró de Leila.
-¿Quieres casarte conmigo? -se animó a preguntarle, quebrando la timidez por primera vez en su vida.
-Sí –Le contestó ella-. Quiero casarme contigo… - y se alejó saltando.
El tercer día del verano, no bien la siesta se despertó, Bruno corrió hacia el mismo lugar del encuentro, buscando la larga trenza castaña.
Y la encontró, muy ocupada, juntando almejas en un balde.
-¡Hola, Leila! –le dijo después de mirarla unos segundos en silencio.
-¿Que tal, Bruno? –le respondió ella. Esa tarde, y hasta que terminó el verano, el gigante y la mujercita se encontraron en la playa todos los días.
El último día de las vacaciones, Bruno la tomó de la mano y la llevó (con los ojos cerrados) a conocer la casa que él mismo había construido frente al mar.
-Puedes abrir los ojos, Leila – le dijo, (tras caminar un largo trecho por la playa). Esta será nuestra casa; aquí viviremos cuando nos casemos… Y el corazón de Bruno hizo agitar su camisa tanto o más que el viento…
Lo primero que vio Leila fue el zócalo que le llegaba hasta las rodillas…
Después miró la puerta, de la que ni siquiera podía alcanzar el picaporte…
Finalmente echó su cabecita hacia atrás y la contempló entera… Una gigant4esca casa de piedra ocupó su atención durante media hora: el tiempo necesario para verla de frente, con sus pequeños ojos.
Puerta de madera, tallada con extraños arabescos…
Ventanales con vidrios azules…
Una cúpula allá, en lo alto, tan lejos de la playa… tan cerca de las nubes…
-¡No me gusta! (le gritó Leila de repente con su vocecita chillona). ¡No me gusta!
-Pero si todavía no la has visto por dentro… -dijo el gigante un poco triste… y, tomándola en brazos, franqueó la entrada y llevó a Leila hacia el interior de la casa.
No bien pisaron la alfombra del vestíbulo, Leila protestó:
-¿Y esas escaleras? ¿Para qué tantas escaleras? ¿No hay ascensor en esta casa? ¿Piensas que me la voy a pasar el día subiendo las escaleras?
-Pero por esta escalera podrás alcanzar el verano… (le explicó Bruno tartamudeando). Esta otra te llevará a la terraza… Desde allí miraremos ahogarse el sol en el mar todos los atardeceres… Aquella sube hasta la noche de Reyes… Podrás poner tus zapatos cada vez que lo desees… Esa llega a un jardín de aire libre… Allí tendrás todo el que quieras para llenarte las manos… Esa es otra…
-¡No, no y no y réqueteno! (exclamó Leila pataleando) ¡No me gusta esta casa! Yo quiero una casita chica, bien chiquitita, con cortinas de cretona y macetitas con malvones…
-Pero allí no cabría yo… (gimió Bruno). No cabría…
-Podrías sacar la cabeza por la chimenea (aseguró Leila, furiosa) y desenrollar tu barba por el tejado… y estirar los brazos a través de las ventanas… y deslizar una de tus piernas por la puerta y doblar la otra… y…
No… Bruno era un gigante. Y esa mujercita no sabía que el corazón de un gigante no cabe en una casa chiquitita… Un gigante hace todas las cosas “en gigante”… Hasta sus sueños son gigantes… Hasta su amor es gigante… No caben en casas chiquititas… No caben….
Adiós Bruno (le dijo entonces) no puedo casarme contigo y, dando varios saltitos, desapareció de su lado.
A la semana siguiente se casó con un hombrecito de su misma altura, y desde entonces vive contenta en una casita de la ciudad, con cortinas de cretona y macetas repletas de malvones.
¿Y Bruno? Pues Bruno sigue allá, junto al mar.
Sabe que cualquier otro verano encontrará una mujercita capaz de entender que su corazón gigante necesita mucho espacio para latir feliz.
Y con ella estrenará (entonces) todas las escaleras de la casa de piedra…
Y con ella bailará en la cúpula, al compás de la música marina…
Y con ella tocará (alguna noche) la piel helada de las estrellas…
 
cuento de Elsa Bornermann, del libro: "Un elefante ocupa mucho espacio"
fuente:http://ellaberintosecreto.blogspot.com.ar/2010/12/cuento-gigante-elsa-bornermann.html
 

1 comentario:

  1. Una de las autoras argentinas mas reconocidas, gracias a sus trabajos para los niños.

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