jueves, 24 de agosto de 2017



El camino de la hormiga.
Gustavo Roldan.
 El halcón planeaba haciendo círculos en el cielo. En el enorme claro en medio del monte, las hormigas pasaban en una fila que no tenía comienzo ni fin. Iban marcando un camino que daba extrañas vueltas, giraba para aquí o para allá, y volvía a salir derecho hasta perderse en la distancia.
El sapo las miraba pasar, inmóvil. Ya tenía los ojos bizcos de tanto mirar.
-¿Qué está haciendo, don sapo? -preguntó el piojo, extrañado de verlo tan quieto y callado.
-Estudiando amigo piojo, estudiando.
-Solamente lo veo mirar hormigas.
-Eso es lo que estoy estudiando: a las hormigas.
-¿Y no se aburre? Mire que si hay un bicho aburrido es la hormiga. Todas iguales… todas iguales…
-¿Iguales? No crea amigo piojo. Eso es lo que estoy estudiando y descubriendo. Y creáme que vale la pena.
-Es lo último que yo haría en mi vida.
-Está bien, ¿pero alguna vez se dio cuenta de que hay hormigas de ojos chicos, de ojos grandes, de patas cortas, de peinado con raya al medio?
-¡Don sapo, no me diga que no son todas iguales!
-Sí le digo. Hay rubias y morochas, gordas y flacas, altas y petisas… Yo las voy contando y calculo cuántas hay de cada clase. Las que más me interesan son las hormigas cantoras.
-¡Rubias y morochas! ¡Altas y con raya al medio! ¡Jamás me hubiera imaginado! ¿Está seguro, don sapo?
-Tan seguro como que dos y dos son cinco.
-Lo que no me convence es que sean cantoras. Jamás las oí cantar.
-Es que cantan despacito, con voz de hormiga.
-¿Y cantan lindo?
-No me gusta hablar mal de nadie, pero me parece que son un poco desorejadas.
-Con razón cantan despacito -dijo el piojo-. Así nadie protesta.
-Pero además hay un misterio que me tiene preocupado. Nunca pude ver cual es la primera hormiga ni cual la última.
-Cierto, don sapo, uno siempre ve un montón que está pasando.
-¡Ya se juntaron de nuevo para hablar tonteras! -protestó la lechuza-. ¡Hormigas cantoras, hormigas con raya al medio! Nunca había escuchado tantas barbaridades.
-Usted no miró bien, doña lechuza, jamás la vi acercarse a una fila de hormigas.
-¿Se cree que estoy loca? Mire si me voy a bajar de mi tronco para mirar esos bichos. Tengo cosas más importantes para ocupar el tiempo.
-A mí me parece que cualquiera es importante –dijo el sapo-. Lo que pasa es que a usted le gustan los bichos famosos.
-¡Bah!, las hormigas son todas iguales. El que vio a una hormiga ya las vio a todas. Por eso me gusta el oso hormiguero, porque se las come y así no andan molestando.
-¿Molestando? ¿En qué la pueden molestar a usted?
 
-En que día y noche hacen esos horribles caminitos en el pasto. Lo dejan todo rayado. ¡Así no se puede vivir!
-Yo no cero que todas sean iguales.
-Claro que sí. Son todas iguales, como son iguales todos los piojos y todas las pulgas.
El sapo se quedó callado.
Al piojo se le pusieron los pelos de punta.
El silencio comenzó a molestar.
-¿Sabe doña lechuza? -dijo el sapo-, yo escuché que el puma decía que las lechuzas eran todas iguales.
-¡Está loco este puma! Cada lechuza es una cosa única que no se parece a ninguna otra. ¡Cómo va a decir eso el puma! ¡Este mundo está mal de la cabeza!
Y la lechuza, ofendida hasta más no poder, se fue volando hacia la otra punta del monte.
-Don sapo -preguntó el piojo-, ¿es cierto que el puma dijo eso?
-No, don piojo, nunca lo dijo. Uno se queda sin argumentos ante tanta estupidez y una mentira chiquita sirve para terminar la discusión.
Yo también pensaba como la lechuza, pero por suerte me puse a mirar. Fíjese en ésa, don sapo, esa de ojos marrones y raya al medio, la que va llevando al hoja de mburucuyá. ¡Qué fuerza tiene!
Entonces se oyó un aleteo que hizo temblar las hojas de los árboles y el halcón se posó al lado del sapo y el piojo.
-Amigo halcón, tanto tiempo sin verlo -saludó el sapo-. Me alegra muchísimo que haya venido a visitarnos.
-Vine a contarles una cosa linda.
-No hay nada mejor que las buenas noticias –dijo el piojo.
-Y es algo de este lugar.
-¿Sí? Cuente, cuente, a las buenas noticias no hay que hacerlas esperar.
-Ustedes estaban tan distraídos que no me vieron planeando en círculos desde hace larguísimo rato.
 
-Estábamos ocupados estudiando a las hormigas dijo el sapo.
-Yo estaba haciendo lo mismo –dijo el halcón.
-¿A usted también le interesan las hormigas? -preguntó el piojo.
-Sí, don piojo. Habrá visto que los halcones siempre hacemos grandes círculos en el cielo, y damos vueltas. ¿Nunca se preguntó porqué?
-No. Únicamente envidio y me muero de ganas de hacer lo mismo.
-A los halcones nos gusta planear dando vueltas sólo para ver el camino de las hormigas.
-Eso estábamos haciendo con don sapo. 
-Sí, pero ustedes ven un pedacito. Desde el cielo es un bellísimo dibujo, pero tan grande que desde el suelo no se puede ver. Mirando desde arriba uno se sorprende y no entiende cómo pueden hacerlo ni porque lo hacen.
-¡Ojo de halcón! ¡Cómo me gustaría ver esos dibujos!
-¿Le gustaría don piojo?
-Me pongo loco de sólo pensarlo. ¿Pero cómo hago?
-Ya mismo se va a dar el gusto. Vaya saltando a mi cabeza y nos vamos a dar una vuelta. ¿Y usted, don sapo no quiere volar al lado mío?
-Hoy no, estoy un poco cansado. Mejor sigo mirando con ojo de sapo.
 
EL halcón, con el piojo prendido a las plumas de su cabeza, remontó vuelo, y el sapo se quedó con las hormigas.
Y ahí están todos.
La lechuza volando bajito y murmurando: “No puede ser, no puede ser. Este mundo está loco”.
En el suelo el sapo diciendo:
-¡Añamembuí! ¡Jamás se me hubiera ocurrido cual era el secreto del vuelo de los halcones!
Y por allá arriba, donde apenas llega el canto de los pájaros, el halcón y el piojo vuelan en círculos, sin cansarse de mirar los dibujos del camino de las hormigas.
 
Biografia:
https://teecuento.wordpress.com/2009/10/30/el-camino-de-la-hormiga-gustavo-roldan/

 

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