El camino de la hormiga.
Gustavo Roldan.
El halcón planeaba
haciendo círculos en el cielo. En el enorme claro en medio del monte, las
hormigas pasaban en una fila que no tenía comienzo ni fin. Iban marcando un
camino que daba extrañas vueltas, giraba para aquí o para allá, y volvía a
salir derecho hasta perderse en la distancia.
El sapo las miraba pasar,
inmóvil. Ya tenía los ojos bizcos de tanto mirar.
-¿Qué está haciendo, don sapo?
-preguntó el piojo, extrañado de verlo tan quieto y callado.
-Estudiando amigo piojo,
estudiando.
-Solamente lo veo mirar
hormigas.
-Eso es lo que estoy
estudiando: a las hormigas.
-¿Y no se aburre? Mire que si
hay un bicho aburrido es la hormiga. Todas iguales… todas iguales…
-¿Iguales? No crea amigo
piojo. Eso es lo que estoy estudiando y descubriendo. Y creáme que vale la
pena.
-Es lo último que yo haría en
mi vida.
-Está bien, ¿pero alguna vez
se dio cuenta de que hay hormigas de ojos chicos, de ojos grandes, de patas
cortas, de peinado con raya al medio?
-¡Don sapo, no me diga que no
son todas iguales!
-Sí le digo. Hay rubias y
morochas, gordas y flacas, altas y petisas… Yo las voy contando y calculo
cuántas hay de cada clase. Las que más me interesan son las hormigas cantoras.
-¡Rubias y morochas! ¡Altas y
con raya al medio! ¡Jamás me hubiera imaginado! ¿Está seguro, don sapo?
-Tan seguro como que dos y dos
son cinco.
-Lo que no me convence es que
sean cantoras. Jamás las oí cantar.
-Es que cantan despacito, con
voz de hormiga.
-¿Y cantan lindo?
-No me gusta hablar mal de
nadie, pero me parece que son un poco desorejadas.
-Con razón cantan despacito
-dijo el piojo-. Así nadie protesta.
-Pero además hay un misterio
que me tiene preocupado. Nunca pude ver cual es la primera hormiga ni cual la
última.
-Cierto, don sapo, uno siempre
ve un montón que está pasando.
-¡Ya se juntaron de nuevo para
hablar tonteras! -protestó la lechuza-. ¡Hormigas cantoras, hormigas con raya
al medio! Nunca había escuchado tantas barbaridades.
-Usted no miró bien, doña
lechuza, jamás la vi acercarse a una fila de hormigas.
-¿Se cree que estoy loca? Mire
si me voy a bajar de mi tronco para mirar esos bichos. Tengo cosas más
importantes para ocupar el tiempo.
-A mí me parece que cualquiera
es importante –dijo el sapo-. Lo que pasa es que a usted le gustan los bichos
famosos.
-¡Bah!, las hormigas son todas
iguales. El que vio a una hormiga ya las vio a todas. Por eso me gusta el oso
hormiguero, porque se las come y así no andan molestando.
-¿Molestando? ¿En qué la
pueden molestar a usted?
-En que día y noche hacen esos
horribles caminitos en el pasto. Lo dejan todo rayado. ¡Así no se puede vivir!
-Yo no cero que todas sean
iguales.
-Claro que sí. Son todas
iguales, como son iguales todos los piojos y todas las pulgas.
El sapo se quedó callado.
Al piojo se le pusieron los
pelos de punta.
El silencio comenzó a
molestar.
-¿Sabe doña lechuza? -dijo el
sapo-, yo escuché que el puma decía que las lechuzas eran todas iguales.
-¡Está loco este puma! Cada
lechuza es una cosa única que no se parece a ninguna otra. ¡Cómo va a decir eso
el puma! ¡Este mundo está mal de la cabeza!
Y la lechuza, ofendida hasta
más no poder, se fue volando hacia la otra punta del monte.
-Don sapo -preguntó el piojo-,
¿es cierto que el puma dijo eso?
-No, don piojo, nunca lo dijo.
Uno se queda sin argumentos ante tanta estupidez y una mentira chiquita sirve
para terminar la discusión.
Yo también pensaba como la
lechuza, pero por suerte me puse a mirar. Fíjese en ésa, don sapo, esa de ojos
marrones y raya al medio, la que va llevando al hoja de mburucuyá. ¡Qué fuerza
tiene!
Entonces se oyó un aleteo que
hizo temblar las hojas de los árboles y el halcón se posó al lado del sapo y el
piojo.
-Amigo halcón, tanto tiempo
sin verlo -saludó el sapo-. Me alegra muchísimo que haya venido a visitarnos.
-Vine a contarles una cosa
linda.
-No hay nada mejor que las
buenas noticias –dijo el piojo.
-Y es algo de este lugar.
-¿Sí? Cuente, cuente, a las
buenas noticias no hay que hacerlas esperar.
-Ustedes estaban tan
distraídos que no me vieron planeando en círculos desde hace larguísimo rato.
-Estábamos ocupados estudiando
a las hormigas dijo el sapo.
-Yo estaba haciendo lo mismo
–dijo el halcón.
-¿A usted también le interesan
las hormigas? -preguntó el piojo.
-Sí, don piojo. Habrá visto
que los halcones siempre hacemos grandes círculos en el cielo, y damos vueltas.
¿Nunca se preguntó porqué?
-No. Únicamente envidio y me
muero de ganas de hacer lo mismo.
-A los halcones nos gusta
planear dando vueltas sólo para ver el camino de las hormigas.
-Eso estábamos haciendo con
don sapo.
-Sí, pero ustedes ven un
pedacito. Desde el cielo es un bellísimo dibujo, pero tan grande que desde el
suelo no se puede ver. Mirando desde arriba uno se sorprende y no entiende cómo
pueden hacerlo ni porque lo hacen.
-¡Ojo de halcón! ¡Cómo me
gustaría ver esos dibujos!
-¿Le gustaría don piojo?
-Me pongo loco de sólo
pensarlo. ¿Pero cómo hago?
-Ya mismo se va a dar el
gusto. Vaya saltando a mi cabeza y nos vamos a dar una vuelta. ¿Y usted, don
sapo no quiere volar al lado mío?
-Hoy no, estoy un poco
cansado. Mejor sigo mirando con ojo de sapo.
EL halcón, con el piojo
prendido a las plumas de su cabeza, remontó vuelo, y el sapo se quedó con las
hormigas.
Y ahí están todos.
En el suelo el sapo diciendo:
-¡Añamembuí! ¡Jamás se me
hubiera ocurrido cual era el secreto del vuelo de los halcones!
Y por allá arriba, donde
apenas llega el canto de los pájaros, el halcón y el piojo vuelan en círculos,
sin cansarse de mirar los dibujos del camino de las hormigas.
Biografia:
https://teecuento.wordpress.com/2009/10/30/el-camino-de-la-hormiga-gustavo-roldan/
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