domingo, 8 de octubre de 2017

         Historia de Ratita
 
 
Había una vez una ratita gris que vivía con sus papás en una cueva tan tibia, tan tibia y tan cerrada, que un día tuvo ganas de salir. Y salió.

Y se quedó un rato encantada en la puerta de la cueva, porque el mundo le pareció más lindo que un jardín de quesitos. Despacio, se puso a explorar, a oler, a mordisquear, a hacer tumbacabezas, a conocer.

Y Ratita sintió que no hay nada más lindo que descubrir el mundo pasito a paso.

Bailó con una hoja. Patinó sobre un papel de chocolatín. Fumó un cigarrillo de pasto. Se puso anteojos de papel de caramelo. Tomó mate en una flor de campanilla color lila. Se adornó con aros de arroz.

Y le dieron unas ganas bárbaras de ponerse de novia.

Cuando vio al sol del amanecer, tan redondo, tan naranja con luz, le dijo:

—Señor Sol, usted es muy buen mozo. ¿Quiere ser mi novio?

— ¡Cómo no! — dijo el sol, porque la ratita le pareció preciosa—, te cubriré con mis hilos de oro y todo el mundo será sol para los dos.

- ¡Ah, no! —dijo Ratita. Así no vale. El mundo es más que eso. ¿Qué haría yo en un mundo todo de sol? Bastante tuve ya con un mundo todo de cueva.

—¡Qué lástima! -dijo el sol. Te presentaré al nubarrón, que a veces me tapa, y no es tan de sol como yo. A lo mejor te gusta.

—Bueno, gracias -dijo Ratita.

Y se sentó a esperar hamacándose en una violeta.

Llegó el nubarrón, vestido de gris.

A Ratita le gustó muchísimo porque a veces tenía forma de helados, a veces de calesita y a veces de dibujo que no se entiende.

—Señor Nubarrón —dijo Ratita— usted es muy buen mozo. ¿Quiere ser mi novio?

— ¡Cómo no! —dijo el nubarrón, porque la ratita le pareció preciosa. Te envolveré en mi capa fluflú y todo el mundo será nube para los dos.

-¡Ah, no! —dijo Ratita. Así no vale. ¿Qué haría yo en un mundo todo de nube?

— ¡Qué lástima! —dijo el nubarrón. Te presentaré al viento que a veces me empuja por el cielo.
A lo mejor te gusta.

—Bueno, gracias —dijo Ratita.

Y se sentó a esperar recostada en un maní.

Llegó el viento soplando flautas. A Ratita le gustó muchísimo porque se movía bailando a la moda.

—Señor Viento —le dijo—, usted es muy buen mozo. ¿Quiere ser mi novio?

— ¡Cómo no! -dijo el viento, porque la ratita le pareció preciosa—. Te haré cosquillas en el pelo, y todo el mundo será viento para los dos.

— ¡Ah, no! —dijo Ratita. Así no vale. ¿Qué haría yo en un mundo todo de viento?

— ¡Qué lástima! —Dijo el viento. ¿Por qué no vas a buscar al muro, que a veces me detiene en mi vuelo? A lo mejor te gusta.

—Bueno, gracias —dijo Ratita, y se fue hasta el muro.

El muro sonrió quieto, quieto, derecho, derecho.
Estaba hermoso.

A Ratita le gustó porque tenía un monigote dibujado, justo a la altura de un chico.

—Señor Muro —dijo, usted me gusta. ¿Quiere ser mi novio?

—Cómo no! —dijo el muro, porque la ratita le pareció preciosa. Te esconderé en un huequito de mis ladrillos y todo el mundo será muro para los dos.

— ¡Ah, no! -dijo Ratita. Así no vale. El mundo es más que eso. ¿Qué haría yo en un mundo todo de muro?

— ¡Qué lástima! — dijo el muro. Y siguió quieto. Quieto, derecho, derecho.

—Me parece que así no voy a encontrar novio —pensó Ratita.
Lo que pasa es que ni el sol, ni el nubarrón, ni el viento, ni el muro, tienen una colita como la mía, ni un corazón que hace tipi tepe. Yo me equivoqué.

Y pensando así caminó y caminó por el sendero de las margaritas. De repente llegó a un lugar donde había muchísimos ratones color café que la saludaron amablemente diciendo:

—Cómo-te-va.

Ratita paseó contenta por el barrio hasta que vio a Ratón-Ratón.
Estaba fabricando muebles con fósforos y tapitas de botellas.
A la ratita le gustó muchísimo cómo silbaba y llevaba el compás con la cola.

—¡Hola! —saludó Ratón-Ratón.

—¡Hola! —saludó Ratita, y se acercó para mirar los trabajos.
Y sintió que al lado de Ratón-Ratón se estaba muy bien.

—Me alegro de verte —dijo Ratón-Ratón, y también sintió que al lado de Ratita se estaba muy bien.

— ¿Podríamos ponernos de novios? —preguntaron los dos juntos.

Y los dos juntos contestaron que sí y se dieron un beso con muchísimo cariño. Después siguieron explorando, oliendo, mordisqueando y descubriendo el mundo pasito a paso.

Ratita se hizo una hamaca de plumas. Ratón-Ratón aprendió a saltar de rama en rama como Tarzán. Ratita pintó cuadros con la punta de la cola.
Y los dos juntos aprendieron a contarse cosas. Y los dos juntos aprendieron a ser papás. Tuvieron hijos y les dieron una cueva tibia, pero con una puerta fácil de abrir, para que pudieran salir a conocer el mundo pasito a paso, cuando tuvieran ganas.


FIN





Historia de Ratita
Laura Devetach.
 


fuente:http://bpcd-devetach.blogspot.com.ar/2013/05/cuento-historia-de-ratita-de-laura.html




jueves, 5 de octubre de 2017


CUENTO CUANDO SEA GRANDE (por Elsa Bornemann)

"A Qué vas a ser cuando seas grande?", me pregunta todo el mundo. Y aparte de contestarles: "Astrónomo" (o" colectivero del espacio"…, porque nunca se sabe…), tengo ganas de agregar otra verdad: "Cuando sea grande voy a tratar de no olvidarme de que una vez fui chico. "
Recuerdo que –cuando aún concurría al jardín de infantes–mi tía Ona me contó un cuento de gigantes. Después me mostró una lámina en la que aparecían tres y me dijo:
–Los gigantes sólo existen en los libros de cuentos.
–¡No es cierto! –grité– ¡El mundo está lleno de gigantes!
¡Para los nenes como yo, todas las personas mayores son gigantes!
A mi papá le llego hasta las rodillas. Tiene que alzarme a upa para que yo pueda ver el color de sus ojos… Mi mamá se agacha para que yo le dé un beso en la mejilla… En un zapato de mi abuelo me caben los dos pies…
¡Y todavía sobra lugar para los pies de mi hermanita!
Además, yo vivo en una casa hecha para gigantes: si me paro junto a la mesa de la sala, la tabla me tapa la nariz…
Para sentarme en una silla de la cocina debo treparme como un mono, y una vez sentado, necesito dos almohadones debajo de la cola para comer cómodamente.
No puedo encender la luz en ningún cuarto, porque no alcanzo los interruptores. Ni siquiera puedo tocar el timbre de entrada. Y por más que me ponga de puntillas, ¡no veo mi cara en el espejo del baño!
Por eso,¡cómo me gusta cuando mi papi me lleva montado sobre sus hombros! ¡Hasta puedo arrancar ramitas de los árboles con sólo estirar el brazo!
Por eso, ¡cómo me gustaba ir al jardín de infantes!
Allí hay mesas, sillas, armarios, construidos especialmente para los nenes.
Las mesas son "mesitas"; las sillas son "sillitas"; los armarios son "armaritos"…

¡Hasta los cubiertos son pequeños y mis manos pueden manejarlos fácilmente! También hay una casita edificada de acuerdo con nuestro tamaño. Si me subo a un banco, ¡puedo tocar el techo!
Sí. Ya sé que también yo voy a ser un gigante: cuando crezca.
¡Pero falta tanto tiempo!
Entre tanto, quiero que las personas mayores se den cuenta de que hoy soy chico, chiquito, chiquitito.

¡Chico, chiquito, chiquitito, en un mundo tan grande!
De gigantes. Hecho por gigantes.
Y para gigantes.

fuente:https://www.cuentocuentos.org/cuento/1796/cuando-sea-grande.html

domingo, 1 de octubre de 2017

Un cuento ¡Puajjj!

 
cuento puaj

Aquella mañana la tía Sidonia se despertó, corrió al baño a pasarse los dedos mojados sobre los ojos y cuando se miró al espejo, dijo:
– ¡Puajjj!
Después se lavó los dientes moviendo mucho el codo así y así y al terminar, dijo:
-¡Puajjj!
Cuando se sentó delante de su mate dulce dijo:
-¡Puajjj!
Y la vaca Mumuñonga que la estaba mirando por la ventana, comentó mientras rumiaba:
– ¡Qué cosa, la tía Sidonia tiene ¡puajjj! Esta completamente espuajada.
Y se fue a contárselo al gallito Quiquiripúm que entonaba sus quiquiriquíes sobre el techo, para hacer salir al sol.
– ¡Qué barbaridad! – dijo el gallito. una persona espuajada es peor que una persona con hipo, hay que sacárselo.
Mientras tanto, la tía Sidonia daba vueltas por el campito haciendo ¡puajjj! frente a todo lo que se le cruzaba: el maizal que agitaba sus hojas de cintas, el chanchito rosado que mamaba, las campanillas azules que zumbaban porque tenían una abeja de pensionista.
Y hasta cuando vio un grano de maíz amarillo, panzonzito y de naríz blanca, en lugar de decir ¡qué grano tan pipu!, dijo ¡puajjj! Era el colmo.
Los animales empezaron a preocuparse porque el ¡puajjj! es tan contagioso como el bostezo.
– Hay que sacarle el ¡puajjj! a tía Sidonia -dijo gallina Cocorilila.
 Y empezó un verdadero congreso con todo bicho que caminaba por el campito, para tratar el problema de una tía espuajada.
Los animales hablaron, consideraron, discutieron, pelearon y votaron.
¿Cómo votaron?
Metiendo cada uno una hojita en el nido de la gallina. Y todos ganaron, porque decidieron hacer lo mismo
Cuando tía Sidonia llegó a su casa no entendió muy bien lo que pasaba. Encontró a todos los animales uno arriba del otro.
Claro que el pato estaba sobre la vaca y no al revés. Y el gorrión sobre la gallina y no al revés.
Tía Sidonia quedó un poco sorprendida y se acercó a los animales apilados. Mirándolos a todos con la mirada panorámica les dijo:
– ¡Puaaaj!
Y entonces gallina Cocorilila, que estaba sobre el perro y debajo del gorrión, contestó:
– ¡Guau guau!
Y el perro Garufa cacareó feliz, como si hubiera puesto un huevo.
Y el gallo Quiquiripúm dijo:
-¡Muuu!
Y la vaca Mumuñonga cantó un quiquiriquí como para hacer salir tres soles.
Y el pato pió como el gorrión Jorgelino.
Y el gorrión hizo un cuac cuac finito, finito.
Tía Sidonia no podía creer lo que estaba oyendo. Las cejas se le volaron un poco para arriba, revoleó los ojos, abrió la boca, y sacudiendo la cabeza gritó:
– ¡Tururú! ¿Qué es eso de andar diciendo un grito por otro? ¡A ver, cada bicho con su grito!
Los animales se miraron de reojos, sonrieron como sonríen los animales, que a veces es con la cola, hamacaron de un suspiro el maizal y cada cual en su idioma dijo:
– ¡Puajjj! ¡Hemos vuelto a la normalidad!

 Laura Devetach

fuente:https://udlerlorena.wordpress.com/2013/04/29/cuentos-para-contar-y-dar-de-leer/

jueves, 28 de septiembre de 2017

“Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena”, Graciela Montes 

Había una vez un gato muy grande. Tan grande, pero tan grande, que no pasaba por ninguna puerta. Tan grande, pero tan grande, que cuando estaba enojado y hacía ¡FFFFF! Se volaban todas las hojas de los árboles. Tan grande, pero tan grande, que cuando hacía ¡MIAUUUU! Todos creían que habían llegado los bomberos porque había un incendio.
Y había también un gato muy chiquito. Tan chiquito, pero tan chiquito, que dormía en una latita de paté y, cuando hacía frío, se tapaba con un boleto capicúa. Tan chiquito, pero tan chiquito que, cuando andaba de acá para allá, todos lo confundían con una pelusa. Tan chiquito que, para verlo bien, había que mirarlo con microscopio.
El Gato Grande era muy famoso en el barrio.
Todos los vecinos hablaban de él y lo mimaban mucho.
– ¡Qué gato tan hermoso! – decían.
– ¡Los gatos grandes son hermosísimos! – decían.
El Gato Grande comía mucho. A la mañana bien temprano los vecinos le traían cinco palanganas de leche tibia. Al mediodía le traían una carretilla de hígado con mermelada (que era su comida favorita). A la tardecita le dejaban preparada una bañera de polenta, por si se despertaba con hambre en la mitad de la noche. Cuando los vecinos le traían la comida, el Gato Grande sonreía (porque algunos gatos saben sonreír) y se ponía a ronronear. Cuando el Gato Grande ronroneaba hacía un RRRRRRRRRRR tan fuerte que todos miraban para arriba porque creían que pasaba un helicóptero por el cielo.
El Gato Chiquito, en cambio, no era nada famoso. Nadie hablaba de él en el barrio y nadie lo mimaba ni un poquito. (En realidad, al Gato Chiquito casi nadie lo veía siquiera.)
Al Gato Chiquito nadie le traía comida nunca. Ni a la mañana. Ni al mediodía. Ni a la tardecita.Claro que el Gato Chiquito comía muy poco. Con dos gotas de leche tenía bastante. Y una aceituna le duraba una semana. (Al Gato Chiquito le encantaban las aceitunas.)
Cuando el Gato Chiquito encontraba una aceituna, aunque nadie lo veía, también sonreía. Y, aunque nadie lo escuchaba, también ronroneaba.Un día el gato Chiquito salió a dar un paseo. Y caminó y caminó por la calle más larga del barrio. Tip tap tip tap tip tap, caminaba el Gato Chiquito. Y ese mismo día el Gato Grande también quiso salir a dar un paseo. Y caminó y caminó por todas las calles, y también por la calle más larga del barrio. Top tup top tup top tup, caminaba el Gato Grande.El Gato Chiquito y el Gato Grande caminaron y caminaron. Cada vez que el gato Grande caminaba dos cuadras, el Gato Chiquito terminaba una baldosa. Y cuando el sol estaba bien alto, pero bien alto, el Gato Grande y el Gato Chiquito se encontraron frente a frente. Los dos en la misma vereda de la calle más larga del barrio. El gato Grande hizo ¡FFFFF! Para mostrarle al Gato Chiquito que él era el más fuerte. Hizo ¡FFFFF! Para que el Gato Chiquito lo dejase pasar primero. Pero el Gato Chiquito no se movió de su baldosa. Ni un poquito. Entonces el gato Grande hizo ¡FFFFFFFF! (Fue un ¡FFFFF! muy fuerte.)
Y el Gato Chiquito rodó como una pelusa hasta el cordón de la vereda. Y se cayó en charquito tan hondo pero tan hondo que casi se ahoga. Pero no se ahogó. Nadó hasta la orilla del charco y se trepó de nuevo al cordón. (El Gato Chiquito era chiquito, ¡pero valiente!) Se subió de un salto a un adoquín que había por ahí y él también hizo ¡fffff! (fue un ¡fffff! muy chiquito). El Gato Chiquito hizo ¡fffff! porque él también estaba enojado.
Y ahí se quedaron los dos, frente a frente.
Al Gato Grande, el Gato Chiquito le parecía más chiquito que una arveja. Al Gato Chiquito, el Gato Grande le parecía más grande que una ballena.
Entonces el Gato Grande se enojó muchísimo más. Se enojó como sólo pueden enojarse los gatos grandes.
Estiró una pata y sacó las uñas. (Tenía unas uñas filosas como espadas filosas.) Y ¡zas! Le dio un zarpazo al Gato Chiquito. Pero el Gato Chiquito no tuvo miedo. De un salto se subió a la pata del Gato Grande y le tiró con mucha fuerza de los pelos cortitos que le crecían justo al lado de las uñas filosas. (A los gatos les duele muchísimo cuando les tiran de los pelos cortitos, sobre todo si son los que crecen al lado de las uñas filosas)
Miauuuu – maulló el Gato Grande.
Y fue un MIAUUUU tan fuerte que trescientos cincuenta y dos vecinos vinieron a ver qué pasaba. Los trescientos cincuenta y dos vecinos se pusieron en ronda a mirar. Todos miraban con ojos redondos, pero nadie entendía nada de nada. Todos veían al Gato Grande, que se revolcaba por el suelo y maullaba y maullaba y maullaba. Pero nadie veía al Gato Chiquito, que estaba bien escondido entre los pelos del Gato Grande. Y corría por el lomo… de la cabeza a la cola… de la cola a la cabeza… y se trepaba a una oreja… y se hamacaba en los bigotes… y le hacía cosquillas en la nariz y… Aaachus – estornudó el Gato Grande.
Y los trescientos cincuenta y dos vecinos que miraban con ojos redondos salieron volando por el aire como barriletes. Todos menos el Gato Chiquito, que estaba bien agarrado del bigote más gordo del Gato Grande y resistió el estornudo.
Los trescientos cincuenta y dos vecinos fueron volviendo, poco a poco. Ya no tenían los ojos redondos. Ahora tenían las cejas fruncidas. Estaban bastante enojados. Se habían dado cuenta de que no le gustaba salir volando por el aire como barriletes. Tampoco les gustaba tener que oír un MIAUUU más fuerte que la sirena de los bomberos. Empezaron a protestar.
– ¡Este gato está demasiado grande! – decían.
– ¡Los gatos tan grandes son muy molestos! – decían.
Y después todos juntos dijeron:
– ¡Ufa!
Y el Gato Grande le dio vergüenza y se puso colorado (porque algunos gatos se ponen colorados). Entonces el Gato Chiquito se bajó de un salto del bigote del Gato Grande y se empezó a pasear por la vereda. Iba y venía. Y daba otro saltito.
– ¡Oia! ¡Un gato chiquito! – dijeron todos.
– ¡Más chiquito que una arveja! – dijeron.
– ¡Los gatos chiquitos son hermosísimos! – dijeron.
Y desde ese día, en el barrio, los gatos famosos son dos: el Gato Grande y el Gato Chiquito. Claro que las cosas cambiaron un poco.
Los vecinos ya no le dan tanta comida al Gato Grande. Nada más que tres palanganas de leche tibia y media carretilla de hígado con mermelada. Al Gato Chiquito, en cambio, le llevan dos pedacitos de hígado, tres aceitunas y un dedal de leche cada mañana.
Parece ser que ahora el Gato Grande está bastante menos grande. Cuando hace ¡FFFF! Ya no tira más que diez o doce hojas de los árboles. Y parece que el Gato Chiquito está empezando a crecer.
Me dijeron que últimamente ya no entra en la latita de paté; se va a tener que mudar a una lata de duraznos en almíbar. (Lo que no sé es si querrá regalarme el boleto capicúa cuando ya no lo use más de frazada.)

fuente:https://udlerlorena.wordpress.com/2013/04/29/cuentos-para-contar-y-dar-de-leer/

miércoles, 27 de septiembre de 2017

El caso Gaspar

(en “Un elefante ocupa mucho espacio”)
Aburrido de recorrer la ciudad con su valija a cuestas para vender -por lo menos- doce manteles diarios, harto de gastar suelas, cansado de usar los pies, Gaspar decidió caminar sobre las manos. Desde ese momento, todos los feriados del mes se los pasó encerrado en el altillo de su casa, practicando posturas frente al espejo. Al principio, le costó bastante esfuerzo mantenerse en equilibrio con las piernas para arriba, pero al cabo de reiteradas pruebas el buen muchacho logró marchar del revés con asombrosa habilidad. Una vez conseguido esto, dedicó todo su empeño para desplazarse sosteniendo la valija con cualquiera de sus pies descalzos. Pronto pudo hacerlo y su destreza lo alentó: -¡desde hoy, basta de zapatos! ¡Saldré a vender mis manteles caminando sobre las manos!- exclamó Gaspar una mañana, mientras desayunaba. Y -dicho y hecho- se dispuso a iniciar esa jornada de trabajo andando sobre las manos.
Su vecina barría la vereda cuando lo vio salir. Gaspar la saludó al pasar, quitándose caballerosamente la galera: – Buenos días, doña Ramona. ¿Qué tal los canarios?
Pero como la señora permaneció boquiabierta, el muchacho volvió a colocarse la galera y dobló la esquina. Para no fatigarse, colgaba un rato de su pie izquierdo y otro del derecho la valija con los manteles, mientras hacía complicadas contorsiones a fin de alcanzar los timbres de las casas sin ponerse de pie.
Lamentablemente, a pesar de su entusiasmo, esa mañana no vendió ni siquiera un mantel. ¡Ninguna persona confiaba en ese vendedor domiciliario que se presentaba caminando sobre las manos!
caso gaspar
– Me rechazan porque soy el primero que se atreve a cambiar la costumbre de marchar sobre las piernas… Si supieran qué distinto se ve el mundo de esta manera, me imitarían… Paciencia… Ya impondré la moda de caminar sobre las manos… -pensó Gaspar, y se aprestó a cruzar una amplia avenida.
Nunca lo hubiera hecho: ya era el mediodía… los autos circulaban casi pegados unos contra otros. Cientos de personas transitaban apuradas de aquí para allá.
– ¡Cuidado! ¡Un loco suelto! -gritaron a coro al ver a Gaspar. El muchacho las escuchó divertido y siguió atravesando la avenida sobre sus manos, lo más campante. – ¿Loco yo? Bah, opiniones…
Pero la gente se aglomeró de inmediato a su alrededor y los vehículos lo aturdieron con sus bocinazos, tratando de deshacer el atascamiento que había provocado con su singular manera de caminar. En un instante, tres vigilantes lo rodearon:
– Está detenido -aseguró uno de ellos, tomándolo de las rodillas, mientras los otros dos se comunicaban por radioteléfono con el Departamento Central de Policía. ¡Pobre Gaspar! Un camión celular lo condujo a la comisaría más próxima, y allí fue interrogado por innumerables policías:
– ¿Por qué camina con las manos? ¡Es muy sospechoso! ¿Qué oculta en esos guantes? ¡Confíese! ¡Hable!
Ese día, los ladrones de la ciudad asaltaron los bancos con absoluta tranquilidad: toda la policía estaba ocupadísima con el “Caso Gaspar -sujeto sospechoso que marcha sobre las manos”.
A pesar de que no sabía qué hacer para salir de esa difícil situación, el muchacho mantenía la calma y -¡sorprendente!- continuaba haciendo equilibrio sobre sus manos ante la furiosa mirada de tantos vigilantes. Finalmente se le ocurrió preguntar:
– ¿Está prohibido caminar sobre las manos?. El jefe de policía tragó saliba y le repitió la pregunta al comisario número 1, el comisario número 1 se la transmitió al número 2, el número dos al número 3, el número 3 al número 4… En un momento, todo el Departamento Central de Policía se preguntaba: ¿ESTA PROHIBIDO CAMINAR SOBRE LAS MANOS? Y por más que buscaron en pilas de libros durante varias horas, esa prohibición no apareció. No, señor. ¡No existía ninguna ley que prohibiera marchar sobre las manos ni tampoco otra que obligara a usar exclusivamente los pies!
Así fue como Gaspar recobró la libertad de hacer lo que se le antojara, siempre que no molestara a los demás con su conducta. Radiante, volvió a salir a la calle andando sobre las manos. Y por la calle debe encontrarse en este momento, con sus guantes, su galera y su valija, ofreciendo manteles a domicilio…
¡Y caminando sobre las manos!
Elsa Isabel Bornemann
 

martes, 26 de septiembre de 2017

Cuento gigante- Elsa Bornermann
(Basado en el poema “El gigante de ojos azules” de Nazim Hikmet)
Existió una vez un hombre con el corazón tan grande, tan desmesuradamente grande, que su cuerpo debió crecer muchísimo para contenerlo. Así fue como se trasformó en un gigante. Este gigante se llamaba Bruno y vivía junto al mar. La playa era el patio de su casa; y el mar, su bañadera. Cada vez que las olas lo encerraban en su abrazo desflecado de agua salada, Bruno era feliz.
Por un instante dejaba de ver playa y cielo: su cuerpo era un enorme pez con malla dejándose arrastrar hacia la orilla.
La estación del año que más quería Bruno era el verano. En ella, su patio playero (solo y callado durante el resto del año) volvía a ser visitado por los turistas y a llenarse de kioscos. Entonces, también Bruno se sentía menos solo.
El primer día de un verano cualquiera, Bruno conoció a Leila.
El gigante acababa de salir del mar y caminaba distraído. Sus enormes huellas quedaban dibujadas en la arena. De tanto en tanto, Bruno volvía su rizada cabeza para verlas.
De pronto, otros pies, unos pies pequeñísimos, empezaron a pisarlas una por una…
Eran los pies de Leila, una mujercita, apenas más grande que sus propias huellas.
Bruno se detuvo asombrado:
-¿No me tienes miedo?– le preguntó, doblando la cintura.
Leila (larga trenza castaña rematada en un moño) simuló no escucharlo.
Bruno se le acercó un poquito:
-¿Eres sorda acaso? Te he preguntado si no tienes miedo…- y el aliento del gigante hizo agitar las cortaderas de las dunas.
La mujercita se rió:
-No, ¿por qué habría de temerte? Eres tan hermoso… La belleza no puedo hacer daño…
Bruno se estremeció:
-¿Hermoso yo?
-Sí, eres hermoso. Me encanta el metro de azul que tienes en cada ojo…
El segundo día de aquel verano, Bruno se enamoró de Leila.
-¿Quieres casarte conmigo? -se animó a preguntarle, quebrando la timidez por primera vez en su vida.
-Sí –Le contestó ella-. Quiero casarme contigo… - y se alejó saltando.
El tercer día del verano, no bien la siesta se despertó, Bruno corrió hacia el mismo lugar del encuentro, buscando la larga trenza castaña.
Y la encontró, muy ocupada, juntando almejas en un balde.
-¡Hola, Leila! –le dijo después de mirarla unos segundos en silencio.
-¿Que tal, Bruno? –le respondió ella. Esa tarde, y hasta que terminó el verano, el gigante y la mujercita se encontraron en la playa todos los días.
El último día de las vacaciones, Bruno la tomó de la mano y la llevó (con los ojos cerrados) a conocer la casa que él mismo había construido frente al mar.
-Puedes abrir los ojos, Leila – le dijo, (tras caminar un largo trecho por la playa). Esta será nuestra casa; aquí viviremos cuando nos casemos… Y el corazón de Bruno hizo agitar su camisa tanto o más que el viento…
Lo primero que vio Leila fue el zócalo que le llegaba hasta las rodillas…
Después miró la puerta, de la que ni siquiera podía alcanzar el picaporte…
Finalmente echó su cabecita hacia atrás y la contempló entera… Una gigant4esca casa de piedra ocupó su atención durante media hora: el tiempo necesario para verla de frente, con sus pequeños ojos.
Puerta de madera, tallada con extraños arabescos…
Ventanales con vidrios azules…
Una cúpula allá, en lo alto, tan lejos de la playa… tan cerca de las nubes…
-¡No me gusta! (le gritó Leila de repente con su vocecita chillona). ¡No me gusta!
-Pero si todavía no la has visto por dentro… -dijo el gigante un poco triste… y, tomándola en brazos, franqueó la entrada y llevó a Leila hacia el interior de la casa.
No bien pisaron la alfombra del vestíbulo, Leila protestó:
-¿Y esas escaleras? ¿Para qué tantas escaleras? ¿No hay ascensor en esta casa? ¿Piensas que me la voy a pasar el día subiendo las escaleras?
-Pero por esta escalera podrás alcanzar el verano… (le explicó Bruno tartamudeando). Esta otra te llevará a la terraza… Desde allí miraremos ahogarse el sol en el mar todos los atardeceres… Aquella sube hasta la noche de Reyes… Podrás poner tus zapatos cada vez que lo desees… Esa llega a un jardín de aire libre… Allí tendrás todo el que quieras para llenarte las manos… Esa es otra…
-¡No, no y no y réqueteno! (exclamó Leila pataleando) ¡No me gusta esta casa! Yo quiero una casita chica, bien chiquitita, con cortinas de cretona y macetitas con malvones…
-Pero allí no cabría yo… (gimió Bruno). No cabría…
-Podrías sacar la cabeza por la chimenea (aseguró Leila, furiosa) y desenrollar tu barba por el tejado… y estirar los brazos a través de las ventanas… y deslizar una de tus piernas por la puerta y doblar la otra… y…
No… Bruno era un gigante. Y esa mujercita no sabía que el corazón de un gigante no cabe en una casa chiquitita… Un gigante hace todas las cosas “en gigante”… Hasta sus sueños son gigantes… Hasta su amor es gigante… No caben en casas chiquititas… No caben….
Adiós Bruno (le dijo entonces) no puedo casarme contigo y, dando varios saltitos, desapareció de su lado.
A la semana siguiente se casó con un hombrecito de su misma altura, y desde entonces vive contenta en una casita de la ciudad, con cortinas de cretona y macetas repletas de malvones.
¿Y Bruno? Pues Bruno sigue allá, junto al mar.
Sabe que cualquier otro verano encontrará una mujercita capaz de entender que su corazón gigante necesita mucho espacio para latir feliz.
Y con ella estrenará (entonces) todas las escaleras de la casa de piedra…
Y con ella bailará en la cúpula, al compás de la música marina…
Y con ella tocará (alguna noche) la piel helada de las estrellas…
 
cuento de Elsa Bornermann, del libro: "Un elefante ocupa mucho espacio"
fuente:http://ellaberintosecreto.blogspot.com.ar/2010/12/cuento-gigante-elsa-bornermann.html
 

lunes, 25 de septiembre de 2017

Legenda Guaraní

:*:LA LEYENDA DE LA FLOR DE IRUPE:*:

Leyenda de la Flor de Irupe
( Provincia de Formosa)
FLOR DE IRUPE



Cuenta la leyenda de esta maravillosa flor que la india Morotí y el indio Pitá se amaban. El era fuerte y valiente, ella era dulce y hermosa.

Un día, mientras paseaban por la orilla del río Paraná, Morotí arrojó su brazalete para que Pitá lo rescatara.

Pronto se lanzó al agua el indio enamorado, pero no volvió a surgir de ella. Impulsada por el hechicero de la tribu, Morotí se sumergió también, buscando entre las aguas el cuerpo de su amado.

Pasaron las horas y ninguno de los dos volvió a la vida. Pero al amanecer vieron los indios flotar sobre aquellas aguas una flor extraña en la que el hechicero reconoció a la bella Morotí en los pétalos blancos y al intrépido Pitá, en los pétalos rojos.


Es el Irupé una planta acuática de extraordinaria belleza, que vive en la aguas de ríos del Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina. La palabra Irupé, significa en guaraní " Plato sobre el agua" aludiendo así a las formas de su hojas.
 
fuente:leyendas.peperonity.net